Debo admitir que el sábado se ha
convertido en mi día favorito. Así como los judíos, el shabat lo inician al
caer el sol del viernes, para mí también da inicio, aunque en mi caso no es
religioso, es de relajamiento mental y físico, pero a diferencia de los judíos
el mío no termina al atardecer del sábado, ¡qué desperdicio!, más bien como se
dice por ahí, se acaba hasta que se
acaba; durante el domingo, de manera inconsciente,
ya hay una especie de preestrés, pensando en que el sábado se acabó, el
descanso resulta ser entonces saber que pasado mañana “no hay nada qué hacer” y
que durante el domingo todo se acaba, es lo que hay…. En retrospectiva, ahora
que lo pienso siempre ha sido así conmigo, desde la escuela, por lo que en
términos prácticos mi sábado termina con los primeros rayos de sol del domingo,
“Dominus Dei”, que en ocasiones resulta “ominoso Dei”.
Trato de levantarme temprano,
pero a veces al cansancio de la semana no le basta el “presábado” para salir de
mi cuerpo y debo optar por una especie de exorcismo. Primero tomo una ducha, en
ocasiones con eso basta, pero hay dias en que el demonio del cansancio toma
fuerzas del mismísimo Belfegor y se aferra fuertemente a mí, entonces hay que acudir
a las armas de fuerte calibre, apelo a la sagrada oración de la música y al
agua bendita del café, que con sus delicadas notas y deliciosos aromas terminan
por espantar definitivamente a tan despreciables entes. 08:30 h ¡Al fin despierto! ¡por supuesto que no siempre es así!, hay
sábados en que al despuntar ya estoy listo y después de mi cafetosa rutina la lectura
me pone dispuesto para la talacha sabatina…
¡A darle! Hoy necesité doble exorcismo.
Ni modo…
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